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90 Pirulos

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                Mamama adolescente

Hoy pude hablar con ella. Bueno, hablar es un decir. Pude verla gracias a la tecnología, decirle pavadas para hacerla reír y enseñarle junto a su bisnieto una gran variedad de dinosaurios de juguete y la lamparita de gato que acompaña al peque cuando se va a dormir.

La extraño mucho. Mamama querida, hoy con 90 pirulos, 2 países, 7 hijos, décadas de maestra, abuela y bisabuela. Nació en La Plata, Argentina, y todavía adolescente conoció a mi abuelo. En épocas de cartas que viajaban meses antes de llegar a destino, dio un tremendo salto de fe y se mudó de una ciudad con amplia vida cultural y social al campo, a otro país, con gente que actuaba diferente, comía distinto, hablaba a sus espaldas y la miraba con recelo. Jamás le conocí una amiga. A ver, las amigas que le ví eran todas colegas o ex compañeras de trabajo, pero nunca supe de alguien que fuera su confidente, su compinche, su aliada más allás de ese círculo. Vivió todo tipo de cambios históricos, conflictos sociales y económicos. Perdió todo más de una vez entre terremotos y otros eventos desafortunados. Como todos, tomó decisiones difíciles y muchas veces se equivocó. Se cayó, y se levantó.

Mi mamama querida, la popular Sra. Pérez. Fue mi maestra durante toda la secundaria. Me enseñaba Arte, Historia Universal y Lengua y Literatura. Para que nadie pensara que había favoritismo me tomaba la lección cada clase, me mandaba más tarea, me hacía leer más libros. Llegó al punto en el que mis compañeras le decían que ya no me llamara más, que sabían que no me daba las respuestas de los exámenes. Keops, Kefrén y Micerino. Ver cada año «Lo que el viento se llevó». Contagiarme de su risa nerviosa y verla un domingo cualquiera sentada a la mesa, con el crucigrama gigante y el cafecito recién hecho. «¿Dónde estás?» – me pregunta cuando hablamos – «En Buenos Aires, mamama», le digo. «Saluda a mi hermana que hace mucho que no la veo», solía responder. Hoy ya casi no me hablaba. La vi cansada, pálida, como mareada. Mi mamama, la que inventó una canción que me cantaba hasta hace poco y que hoy canto a mi hijo. Era un lobooo malooo, de la cooola largaaa, las orejas chicaaas, los dienteees filuuudos… Mi mamama. Noventa años ya.

Hace mucho que el Alzheimer se empeñó en robarle los recuerdos y la independencia. Hace tanto que extraño nuestras charlas, las salidas por una cervecita, a una exposición de arte o a comprar el pan. Cuántas risas hemos acumulado estas décadas ¿no?, y cuántas lágrimas se me escaparon viendo cómo te desvaneces de a pocos. ¿Habrás olvidado tu fobia a todo ser emplumado?, espero que al menos tus tristezas hayan desaparecido, y lo que queda de ti sea felicidad. ¡Qué afortunada soy de haberte gozado tanto! Incontables visitas a la peluquería, nuestro tiempo en el cole, las tardes en tu casa comiendo media docena de panes con mantequilla, tus ejercicios al alba (jamás pude seguirte el paso), tu rutina de cuidados de la piel. Perica mi mamama, siempre. Y yo, la chimoltrufia.

No puedo ocultar la tristeza de verte tan lejos de lo que recuerdo, aunque agradezco la bendición de haberte conocido sana, activa, independiente, ocurrente, despistada, y preguntando hasta el cansancio «a ver… ¿las tres grandes pirámides de Egipto?».

Feliz cumple mamamita de mi corazón, 90 pirulos no se cumplen a diario, aunque ya no lo recuerdes. Aunque ya no me recuerdes.

Te quiero. Siempre.