Archivos Mensuales: abril 2019

Perro Muerto

Estándar

image

Si hay algo que no deja de sorprenderme, es la capacidad de la mente para interpretar imágenes, sonidos, texturas, olores, sabores; y, a partir de ellos, evocar todo tipo de situaciones y sentimientos del pasado.

Hace algunos días fuí a ver una obra de teatro. Hacía mucho que no iba a ninguna y ese día conseguí ir sola. Me senté en aquella sala sin saber lo que me esperaba.

Dicen que «Perro Muerto» trata un poco de la conquista del territorio, de lo «propio», de la violencia que implica esa propiedad, su origen y consecuencias. Tiene una cadencia especial en los diálogos, en el movimiento, en las interacciones entre personajes, música y elementos. Desde el inicio me sentí rara. Primero pensé que era por ese ritmo tan peculiar que cobra cada vez más importancia a medida que transcurre el tiempo. Pero no era eso, era algo más, era como recordar una sensación familiar, como desempolvar algo refundido en un cajón.

Me gusta cuando una obra me hace pensar, pero cuando me hace pensar y sentir, es otra cosa. Allí estaba yo, mirando escenas que nada tenían que ver conmigo (en apariencia) pero que se sentían tremendamente cercanas. Qué incómodo, qué fastidio no poder encontrar qué era eso… Hasta que, de golpe, me llegó. Claro pues, te pega porque así te pasó, así te pasa siempre.

Perro Muerto me llevó de vuelta a tantas luchas, literales y simbólicas, que sentía un torbellino en la cabeza. Con el paso de los días, como el buen vino, fue decantando hasta dejarme saborear bien la experiencia: Migrar, no más. Lo mío. Mío.

Trabajos, relaciones, situaciones, lugares. Cada decisión que tomamos nos enfrenta a esa lucha, a veces en un «matar o morir» despiadado, otras, como la gota de agua que orada la piedra. Pum… Pum… Pum… El golpe, el ancla a la realidad. Descubrí entre sus movimientos, entre sus palabras y acciones, fragmentos de tiempos pasados. Mis tiempos pasados. Cada vez que tuve que dejar un trabajo, cuando hubo que despedirse (demasiadas, demasiadas despedidas), cuando hubo que  dejarlo todo para empezar en una nueva tierra, cuando hubo que aceptar la enfermedad y encarar la maternidad.

Sí pues, era eso, el desarraigo y la lucha por echar raíces. Cada pelea por lograr una mejora profesional, cada vez que me puse a estudiar, cada vez que armé maletas y volé, cada adiós, cada error, cada dolor. Todo estaba allí, contenido en aquél espacio, en esos personajes, en esa música, en esas palabras. Esas tardes empezando en los Andes, donde me insultaban en un lenguaje que no entendía. Las burlas y amenazas, calumnias y maltratos de esos que pensaron que por mujer no podía manejar una oficina regional. Los abusos de un profesor misógino que me cerró las puertas a la investigación académica. El empezar una familia lejos de todo lo conocido y querido. La constante comparación con padres excepcionales que no están más. El peso de enfermedades y problemas propios y ajenos. La falta de tiempo y energía para dedicar a los proyectos que hace tanto sueño. Increíble. Todo eso fue saliendo uno a uno, como conejos de la galera de un  mago. Sí, esta obra tiene algo. Algo raro.

Sospecho que para quienes llevan una vida sosegada y sin sobresaltos, que prefieren mirar antes que hacer, Perro Muerto debe resultarles algo peculiar. Para los que han peleado con uñas y dientes por un espacio, por un lugar, por arraigarse de nuevo, esta obra es brutal; un cataclismo emocional que invita a la reflexión y a la autoevaluación, ¿migrar, no más? ¿Cambiar, no más? ¿Pelear, no más?

Desde ese día me rondan fantasmas, pero esta vez sé que son parte de mi y no me asustan más.

 

Perro Muerto, presentada por Omnívoro Teatro, escrita y dirigida por Martín Tufró, con Diego Starosta, Sofía Humala, Pablo Rinaldi y Julio Molina; los sábados a las 17:30 en El Portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034 CABA)