Archivos Mensuales: octubre 2022

Aquellas tortillas

Estándar

Cuando papá preparaba sus épicas tortillas de papas la casa era una fiesta. El abuelo era español y, aunque habíamos probado las tortillas muchas veces, las de papá eran especiales.

Era la cosa más simple: una buena cantidad de papas, huevos, sal y pimienta (cuando se podía, le añadía chorizo colorado y era la gloria). El secreto estaba en las muchas horas que le llevaba prepararlas. En casa era tal el revuelo, que al final terminaba haciendo una para cada uno porque no podíamos parar de comer.

Empezaba con ayuda de mamá, lavando, pelando y cortando las papas en cubitos del mismo tamaño, que colocaban en agua con sal mientras nuestra ansiedad iba en aumento.

Papá preparaba las tortillas en tres tiempos:
Primero, daba un hervor rápido a las papas, tenían que tener una leve cocción pero mantenerse firmes.
Luego, seguía con una fritura rápida, para que se pusieran crocantes por fuera.
Finalmente, la parte que nos mantenía a todos dando vueltas por la cocina y entrando con cualquier excusa a espiar cómo andaba la cosa: dejaba enfriar todo y preparaba la mezcla de huevo y condimentos (en este momento nos enterábamos si había chorizo y la sonrisa se magnificaba) y, entonces, empezaba la fritura final.
Usaba siempre la misma sartén y la cantidad ideal de aceite muy caliente. Vertía la mezcla y le daba forma con una cuchara y una espátula. Dejaba que la papa y el huevo se doraran a fuego lento, demasiado lento para nuestro gusto, y con una paciencia que encontrábamos imposible, esperaba sentado en el banquito alto de la cocina largos minutos hasta que llegaba la hora de darle vuelta. Tomaba un plato que tenía el tamaño perfecto para cubrir la sartén – que ya largaba olores que nos ponían a salivar – y con cuidado, le daba la vuelta. Nunca vi que se le desarmara alguna mientras la deslizaba de vuelta a la sartén para dorar el otro lado.

«¿Ya está?», preguntábamos insistentemente. Él, con el paso lento que lo caracterizaba, se acercaba a la sartén con una sonrisa solapada y tratando de ponerse serio, hacía un ademán con la mano, como llevando el aroma de la tortilla a su mágica nariz y daba el veredicto: su «todavía falta» nos atravesaba como una lanza, pero el «ya está» nos aceleraba el corazón. Entonces, la sacaba con cuidado del fuego y la acomodaba sobre el plato del afortunado mientras espolvoreaba un poquito más de sal.
La felicidad duraba poco si tocaba esperar a que se hicieran las demás para comer todos juntos sentados a la mesa.

Nunca he comido una tan deliciosa, las hacía bien cocidas pero nunca secas, de corteza dorada y muy crocante sin que el huevo se quemara o se pusiera marrón; por dentro, la papa suave y arenosa, sabrosa.

Si hubiera sabido que quedaba tan poco tiempo para disfrutarlos, a él y a sus tortillas de otro mundo, hubiera prestado más atención y hoy, podría recrear ese ritual que mantenía la casa expentante y alegre por horas, recordando en cada bocado, esa manera tan suya de decirnos que nos quería sin usar una sola palabra.

Texto preparado para el Taller de Escritura de Memorias Familiares a cargo de Alejandra Gianferro.